jueves, 8 de julio de 2010

Saqueos e integración.

Cartas
Jueves 08 de Julio de 2010
Saqueos e integración

Señor Director:
Mucho tiempo atrás, advertía Aristóteles contra el peligro de una escisión de la sociedad en dos, la de los ricos y la de los pobres, pues si la diferencia era radical, estaban sentadas las bases del caos y la violencia. El caos y la violencia tienen diversos grados. El caso extremo es el de la guerra de todos contra todos, donde el pillaje y el vandalismo carecen de límite. Pero también existen caos y violencia en particular, cuando se roba, se hurta, se rompen paraderos de buses, cuando barras de fútbol o grupos políticos destruyen la propiedad pública o privada. Se trata de grados distintos de un mismo fenómeno: caos y violencia, que van desde el robo hormiga a la guerra de todos contra todos.

Los saqueos del terremoto manifestaron un alto grado de caos y violencia, al punto que barrios y ciudades vivieron instantes de terror. Estos saqueos no son justificables, sino condenables, como cualquier delito. Sin embargo, son un fenómeno de cuidado, sobre cuyas razones profundas hay que preguntarse. No cabe aquí, como muchos fuera de las zonas afectadas ya parecen hacer, simplemente dar vuelta la hoja. Aunque ya no haya saqueos, continúan el robo hormiga, la delincuencia o la destrucción de bienes públicos y privados, y no es de descartar que, ante una nueva catástrofe vuelvan a repetirse los saqueos y la violencia. Incluso no sería descabellado pensar —si el asunto escala— en focos de resistencia a la intervención policial o militar.

Pero, ¿qué manifiestan los saqueos y los altos índices de delincuencia? ¿Maldad? ¿Falta de honestidad?
¿Despreocupación por los demás? ¿Odio? En parte todo eso. Pero también algo más: falta de integración social.
Un ejemplo puede servir para ilustrar lo que quiero decir. Los alemanes tienen muchos defectos y sería difícil decir que son simplemente mejores que nosotros (como también lo contrario). Pero hay algo que en general no hacen: no roban, o al menos roban mucho menos que nosotros. Este fenómeno tendría una explicación. Desde hace ya más de un siglo, los gobiernos alemanes han reconocido el potencial de destrucción de un proletariado marginal, y han adoptado sucesivamente medidas tendientes a asegurarle condiciones de existencia razonables a los más pobres, e incluso orientadas a convertirlos en pequeña burguesía y garantizarles posibilidades de acceso a un mayor bienestar. Las medidas adoptadas han logrado en parte importante su propósito: que exista una identificación en las capas relativamente más pobres con la totalidad que es Alemania, de tal suerte que la violencia y el caos se encuentran mucho más restringidos que entre nosotros. Parece ser entonces, la existencia de condiciones mínimas razonables, una garantía de la identificación de las capas pobres con el todo social y, por tanto, del autocontrol de esas capas al momento de la crisis.
Que se generen esas condiciones dependerá que en el próximo terremoto, en la próxima catástrofe, o en el día a día, el caos y la violencia cedan a olas de solidaridad y respeto por el otro: en cuanto todos, no sólo algunos, hayan llegado a sentirse parte de ese todo social que es Chile.



Hugo E. Herrera


Dr. Phil., U. de Würzburg
Prof. Instituto de Filosofía U. de los Andes